viernes, 10 de mayo de 2024

Micro reseña 124: Ronda de verdugos (Punto Rojo nº525), de Peter Debry

 

Portada de Enrique Martín, 1972.

3 de mayo de 2024

Ronda de verdugos, publicada en mayo de 1972 en la colección Punto Rojo de Bruguera, pertenece a la prolífica etapa "francófila" de Pedro Víctor Debrigode Dugi, alias Peter Debry. No es de extrañar su predilección por el ambiente, el tono y las formas del noir (o más bien, le polar), pues era hijo de padre francés y madre corsa. Si en la década de 1950, Debrigode desarrolló sus dotes como replicador del hardboiled norteamericano nacido en la revista Black Mask, desde finales de los 60 y durante los 70 escribió un buen número de novelas más "europeas", como la inclasificable La banda de los horripilantes (1968) o esta Ronda de verdugos.

Puestos a especular sin investigar demasiado, podríamos decir que Debrigode se empapó a base de bien con autores como el gran Georges Simenon y el tándem formado por Boileau y Narcejac. Tanto en nuestra novela como en la de Los horripilantes tenemos a  comisarios maigretianos que son la encarnación en papel de Lino Ventura (Lefort y Lambert, nombres semejantes para personajes intercambiables, si es que no son uno y el mismo), y si en Los horripilantes el autor se arroja de cabeza a la piscina del esperpento sucio y casi terrorífico, en Ronda de verdugos realiza una ejemplar hibridación entre la novela criminal (es decir, sobre el crimen y los criminales) y la novela problema o detectivesca (en la que hay un asesinato que resolver y un asesino al que identificar).

El argumento de esta obrita es sencillo: dos ex miembros de la resistencia francesa esperan el regreso de un tercero de su camada de maquis ya un tanto avejentados, para vengarse de Gaston Baylac, un hombre de negocios odioso y odiado por su implacabilidad que, en su momento, delató a los maquis ante la inspección alemana de la ocupación. De aquello ya han pasado unos quince años, pero los traicionados ex resistentes están avisando a Baylac de que su hora final se acerca. Así, Baylac contrata los servicios de un guardaespaldas de agencia, Sylvestre, un ex miembro de la brigada policial a prueba de balas, cínico y meticuloso. Lo que esperamos de esto: tiros a mansalva, sangre, gritos, insultos. Lo que obtenemos: diálogos perfectos y profundos sobre la naturaleza humana, las huellas de la guerra, el cansancio, las cosas que merecen la pena...

¿Cómo se las arregla Debrigode para que una novela de acción y misterio se convierta en una reflexión existencialista sobre el paso del tiempo? ¿Quién más, aparte de Debrigode, es capaz de sugerir en unas pocas páginas que se va a producir un abuso sexual... y que aquello, en realidad, termine en enamoramiento?

En esta ocasión, Debry elimina casi cualquier rasgo de humor y se acerca más al costumbrismo de la serie de Maigret que a algunos de los dislates perpetrados por Boileau y Narcejac. Pero, claro, esto tiene una explicación: Debrigode es único, y de sus influencias simpre extrae lo suficiente como para fabricar algo completamente nuevo y distinto. No hay más que ver la cantidad de registros distintos que llega a utilizar, y eso sólo en su vertiente policíaca... Para hacerse idea, quizá sería conveniente que echara el lector un vistazo a las reseñas de las siguientes novelas. (Y si las puede encontrar, que las lea y juzgue por sí mismo):

Desertor y falsario (1974); Algo demasiado horrendo (1970); Un tigre, tres ingenuas (1970); Un callejón llamado odio (1973); La muerte en bikini (1957)...

¿No da la sensación de que estamos hablando de tres, cuatro, cinco autores distintos? ¿Sí? Pues todos ellos son Debrigode. Y nos quedamos cortos, pues falta el Debrigode aventurero que arranca sonrisas, emociones y satisfacción.

Un maestro de la literatura popular, se mire como se mire.

 

lunes, 6 de mayo de 2024

Micro Reseña 123: Amor y muerte e la tercera fase, de Adam Surray


24 de marzo de 2024

Éste era el bolsilibro favorito de mi difunto padre, Miguel López García. Recuerdo que tras su primera lectura, nos lo contó a la hora de la comida. Al parecer, algún detalle le había impresionado o le había parecido "muy realista", teniendo en cuenta que es una historia de extraterrestres (concretamente, de "primer contacto").

Imagino que lo que le pareció más "realista" a mi padre era el hecho de que la protagonista de la novela fuera una bellísima joven, disminuída intelectual, de la que todos los hombres se quieren aprovechar. Eso incluye, claro, a un ricachón seboso y sin escrúpulos que se lleva a la ingenua Janis a su pedazo de mansión junto al mar para jugar a los médicos y las enfermeras. Pero resulta que, nada más empezar con los viles toqueteos, suena la alarma del chalé, el gordo sale a ver qué sucede, ve una ovni, y cuando regresa a la casa para ejecutar su abuso sexual... la chica ha desaparecido.

Estamos en el lejano futuro de 1995 (la novela se publicó en diciembre de 1979, nº487 de La Conquista del Espacio, de Bruguera), y la verdad es que no se nota demasiado ese futuro: nombres de tejidos raros, la fusión de las fuerzas del orden de los USA en el CSC (Control de Seguridad Ciudadana, un nombre que atufa a distopía), y una Fundación Montgomery que ofrece no sé cuántos millones de dólares por la demostración irrefutable de la existencia de seres alienígenas. (La mafia intentó timar a la Montgomery con un ovni prefabricado. Eso, en sí, ya es una historia por contar; seguro que el mafioso de turno se llamaba Gary Salkow). Por lo demás, seguimos en nuestro mundo, los hombres se comportan como cerdos, y las mujeres también (salvo la pobre Janis, que es una santa).

Lo que empieza siendo una historia fuertecilla, por lo de los abusos sexuales, se va oscureciendo cada vez más con la aparición de personajes perfectamente odiables (como el padre de Janis, y luego, sus compinches, que parecen salidos de "La banda de los horripilantes" de Peter Debry), las rutinarias desapariciones de Janis, que afirma tener una sólida relación de "amistad" con alguien llamado Fishman, y el protagonismo de un héroe fornido, duro e imbatible, agente del CSC, abofeteador de damas descaradas y de fanegosos ricachones debiluchos. Cuando nos queremos dar cuenta, nos hemos metido en un precedente de la recordada película británica Xtro (1982), que como en los viejos relatos de Philip José Farmer, trata el tema de las relaciones sexuales entre humanos y extraterrestres. Y Surray no nos ahorra detalles desagradables, como el parto contranatura (voy a tener pesadillas con la trituradora del desagüe) o la sangrienta venganza de esta particular "criatura de la laguna negra que vino del espacio exterior".


Un disparate de cabo a rabo -clara respuesta del escritor a Encuentros en la tercera fase (1977) de Steven Spielberg, como se deduce por el título de Amor y muerte en la tercera fase- donde el final feliz de los bolsilibros, ese donde el chico y la chica se casan, se parece más al comienzo tradicional de una guerra termonuclear.

Es increíble que la obra de José López García (sin relación con mi padre), alias Adam Surray, no tenga más predicamento en los viscerales círculos de estudiosos y aficionados al splatterpunk, el tripeo y la serie Z, que nos ha regalado piezas irrepetibles en cualquier ámbito artístico.

Y ustedes se preguntarán: ¿qué clase de padre cuenta a la hora de la comida una novela como esta? Pues la clase de padre que ha educado a hijos como yo.

"Dichoso aquel que a los suyos sale", dice el refrán. Pues eso.

martes, 23 de abril de 2024

Micro Reseña 122: La banda de los horripilantes, de Peter Debry


7 de marzo de 2024

Vamos a ver, vamos a ver... Esta novelita de a duro ¿es una obra maestra? ¿Es una obra que cualquier escritor que se precie de serlo, le gustaría firmar? ¿Es una extravagancia, un capricho? ¿Está premeditada, como un crimen perfecto? ¿Está escrita con brújula o con mapa? ¿A qué género pertenece? ¿Por qué uno sale de ella sintiéndose sudoroso y sucio, no como si hubiera estado trabajando limpiando un pozo, sino como si hubiera estado de copas en una pocilga durante demasiadas horas? ¿Por qué un autor español de novelas baratas pudo, en 1968, generarme la misma inquietud que los cineastas Jenet y Caro me provocaron con Delicatessen (1991)? ¿Por qué esta historia hace que los casos del comisario Maigret sean vulgares y corrientes? ¿Cómo es posible que el policía francés que aparece sea la viva imagen del actor italiano (pero consagrado en Francia) Lino Ventura? ¿Por qué tenemos la impresión de que estamos ante una feria de monstruos tabernarios? ¿Cómo es posible tanta sordidez en tan pocas páginas? ¿Por qué el crimen es lo que menos recuerdo tras la lectura? (¿Hubo crimen? No estoy seguro...)


Lino Ventura en 1975.

Y además, el individuo que escribió las series de Carlos Lezama (el Pirata Negro) y de Ricardo "Dick" Mendoza (el Aguilucho) ¿es de verdad el mismo que firma La banda los horripilantes? ¿Es esto posible?

 

 

Esta novela corta, publicada en diciembre de 1968, en el número 345 de Punto Rojo (Bruguera), es una rareza tanto en el mundo de los bolsilibros como, sospecho (no afirmo), en la producción de Pedro Víctor Debrigode Dugi (alias Peter Debry), y en la de cualquier otro autor. Tiene algo (o mucho) de existencialista (si consideramos "existencialista" una novela como El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad), pero no porque haya muchas reflexiones acerca de la condición humana (que las hay, pero más que reflexiones explícitas son exposiciones visuales), sino porque nos encontramos con un grupo de "infrahumanos" (así los llaman otros personajes del relato) que, por lo insólito de su inhumana naturaleza, destaca y sirve de contraste a la trama, digamos, "convencional", que queda en segundo plano. Lo importante es ese grupo tan heterogéneo como repulsivo de habituales del Bar Picnic, barriobajeros de Montmartre que deciden coger un tren a Niza porque sí, porque están borrachos, por son subhombres y submujeres, detritos sociales que no están sujetos a las normas más elementales de la civilización. No son psicópatas asesinos en serie ni miembros del crimen organizado, ni torturadores profesiones, ni gángsters de medio pelo... Son, sencillamente los Horripilantes.


Qué gracioso, ¿verdad?, que tengamos a esos seres subidos a bordo del expreso a la Costa Azul, mientras otros personajes intentan tener relaciones sexuales con una baronesa, o ligar con la protagonista, o...

En fin, me quedo sin palabras, y con buen motivo: a Debrigode-Debry le llevó unas 25.000 contarlo todo. A mí me habría costado, por lo menos, el doble. O más.

Si existiera algo parecido a la justicia en el mundo literario, esta novela estaría disponible en cualquier librería del mundo, en cualquier idioma.

Y, para terminar, diré que, al pensar en esta novela, pienso en cerdos todo el rato. Pienso en la gorrinera y la peste y la idea de cebar al animal para engordarlo y matarlo. Pienso en cerdos como si fueran personas, o en personas como si fueran cerdos (como hará Edward Prendick, el protagonista de La isla del doctor Moreau de H. G. Wells), y siento su hedor, y finalmente, me percato de que soy uno más en la piara.



 

lunes, 22 de abril de 2024

Micro reseña 121: "Perispíritu", de Adam Surray (1975)


 

14 de diciembre de 2024

Alucinante es poco.

Ya, ya, ya sé que Adam Surray (nacido José López García en 1943) tiene unos cuantos detractores por su estilo de frases no cortas, sino tijereteadas y luego cosidas con puntos y saltos de párrafo que no tendrían que ser más que simples comas. Vale, ¿y qué? Es un estilo cortante, como sus puñeteras historias, sean del género que sean: están afiladas y hay que leerlas con cierto cuidado, pues pueden herir sensibilidades o dejarte las manos y los ojos llenos de espinas de cactus. Y esas heridas se emponzoñan con rapidez.

El caso es que Surray, con ese estilo que, salvando las distancias, recuerda al del mucho más actual James Ellroy (Ellroy empezó su carrera en 1981, es decir, pocos años antes de que Adam Surray le pusiera la funda a su máquina de escribir), cuenta unas historias tan locas que es imposible no engancharse a ver qué cojones le va a suceder a la siguiente chica o al siguiente incauto que se vaya a topar con el psicópata: ¿les tocará motosierra, martillo, navaja, electrocución, disparo en la cara con bala dum-dum? ¿Algo más sofisticado, ya que estamos en el futuro, concretamente en "los albores del año 2000", como sucede en Perispíritu?

José López García, alias Adam Surray.

Como muchos otros de sus contemporáneos, Surray no fue capaz de vaticinar la Caída del Muro de Berlín ni la disolución de la URSS, de manera que, en su futuro, los soviéticos seguían siendo una gran potencia, en compañía de USA, la Gran China y de ¡la Unión Europea!, que así la denomina el autor en esta novela publicada en julio de 1975. En fin: está claro que se puede ser visionario, aunque sea sólo a medias...

Perispíritu (nº257 de La Conquista del Espacio, de Bruguera) es una amalgama impensable de ciencia ficción futurista -tenemos el ambientillo de la estación espacial y de los ultramodernos vehículos, como los turboflites, que ya aparecen en otras obras de Surray (Amor y muerte en la tercera fase, por ejemplo)-, giallo italiano con psicópata asesino en serie, invasión de ultracuerpos (o de polimorfos, que no son lo mismo, aunque se parecen), y un poco de teoría new age del espiritismo y la espiritualidad (otras dos cosas que se parecen, pero que no, no son lo mismo). La trama es policíaca, y los agentes de la ley son idénticos a los del siglo XX: están de vuelta de todo, no tienen problema con el abuso de poder (la violencia es patrimonio de los Estados, no lo olvidemos), y persiguen a los malos con implacable convicción, digna de los federales que describía Curtis Garland.


A este batiburrilo vamos a sumarle la existencia de un personaje de cómic en la ficción (una metaficción), dibujado por un autor llamado Ernest Jayston y crado por su hermana Lilith, guionista: Supersatán. Y además, sabemos que en el futuro, además de comic-books hay comic-videos. Y el horripilante, malvado, infatigablemente cruel personaje de Supersatán es el protagonista de toda una serie de historias narradas en dichos formatos: tebeos de papel de toda la vida, y tebeos convertidos en vídeos.

Vamos por partes: "tebeos convertidos en vídeos". Eso lo vimos hace veinte o treinta años, cuando se editaron algunos DVDs que llevaban Watchmen o Conan o El Capitán Trueno o yo qué coño sé, con imágenes fijas que se movían y textos leídos, y musiquita. Un exitazo de ventas y público que dejó de existir a los treinta o cuarenta segundos de existir. Pero, mira: Surray lo predijo.

Y luego: "Supersatán". O sea, ¡Supersatán! ¡Protagonista de tebeos (y de vídeo-tebeos)! ¡Un personaje que es "sólo un hombre que usa toda su capacidad mental para hacer el mal", o algo por el estilo! A priori, uno se imagina a Fantômas, pues encaja con la descripción, y quizá no vayamos desencaminados. Pero es que Supersatán es de los de motosierra, adminículo forestal muy caro a Surray. Probablemente, Supersatán es una versión moderna de Satanik, por ejemplo. Pero en fin: todos estos psicópatas asesinos no dejan de ser nietos de Fantômas.

¿Y qué pinta Supersatán en esta historia? ¡Ah, amigos, ahí es cuando tendrán que buscarla y leerla, porque yo no pienso decir ni una palabra más!

¡Viva Adam Surray y sus disparatados giallos espaciales!

 

lunes, 20 de noviembre de 2023

Micro Reseña 120: Doctora Jekyll (Selección Terror nº33), de Curtis Garland

 

Doctora Jekyll, de Curtis Garland. Ilustración de Alberto Pujolar.

Proseguimos con la recuperación de micro reseñas perdidas, correspondientes a títulos aparecidos en nuestro volumen Hammer Horror de Curtis Garland. Después de Drácula 75 y de La noche de la Momia, le toca a Doctora Jekyll, publicada en Selección Terror nº33 (octubre de 1973). Ofrecemos a continuación el texto de octubre de 2019 y, justo después, algunas consideraciones de hoy.

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"Se vio. Se vio solamente el rostro. Un rostro insólito, increíble, estremecedor… Todo lo demás eran brumas, neblina rojiza, que invadía sus ojos como en un baño de glóbulos sanguíneos.
Y aquel rostro. Aquel alucinante rostro de mujer que el espejo le devolvía.
Era todo lo que persistía en su mente, mientras se hundía, como andando dentro de la niebla roja, hacia alguna parte de su delirante pesadilla".

 

En la vasta producción de Curtis Garland no podía faltar (ni, por supuesto, en Hammer Horror) la presencia de ese otro icono del terror, pariente cercano del Hombre Lobo, que es el Dr. Jekyll... y su doppelgänger malvado, el siniestro Mr. Hyde. Creado por el escocés Robert Louis Stevenson en 1886, este doble personaje, precursor del histórico Jack el Destripador, ha tenido una larguísima trayectoria cinematográfica, bien conocida por Juan Gallardo, que sin duda alguna se inspiró -una vez más: en el título, y poco más- en Dr. Jekyll & Sister Hyde (El Dr. Jekyll y su hermana Hyde, 1971), de la Hammer Films, dirigida por Roy Ward Baker. Pero, como es habitual en las aproximaciones pasticheras de Curtis Garland, en Doctora Jekyll prescindió de la premisa original del filme y se centró en, primero, "desvelar los verdaderos hechos tras la novela de Stevenson", y después, dar protagonismo absoluto nada menos que a ¡la hija del Dr. Jekyll! El resultado, como los afortunados lectores podrán imaginar, es excelente.

 


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11 de noviembre de 2023

Como ya he contado en otra parte, sin empacho ni vergüenza alguna, no sólo fui escritor precoz, sino que también, con toda la lógica del mundo, fui lector precoz. Entre aquellas primeras lecturas de la infancia, inauguradas con Viaje al centro de la Tierra de Jules Verne en 1982, se encuentra El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Para que nos hagamos una idea de lo que es tener seis, siete u ocho años: tengo grabada la imagen de llevarme mi edición de la novelita de Stevenson (la de Alianza) a la cama de mis padres un domingo por la mañana, y de terminar de leerla allí, primero entre mis dos progenitores y luego, cuando me dejaron a solas, a gusto entre las sábanas, la luz de la mañana entrando por la ventana. Mi comprensión lectora de entonces no era como para tirar cohetes, los años no pasan en balde, y la memoria lo que acaba reteniendo son impresiones, no largos pasajes. De modo que, si leí esa historia a tan tierna edad, también es cierto que he pensado en ella muchas más veces que en los títulos que me zampé la semana pasada o hace un año.

Esto significa que, desde entonces, tengo muy presentes a Jekyll, Hyde y Stevenson.


Mi edición de la novela de Stevenson. Me llevó AÑOS descifrar el montaje realizado por Daniel Gil para la cubierta: mitad hombre, mitad facóquero.

La impresión que recuerdo de la lectura es de que lo pasé bien, y que debía ir preparándome para leer Frankenstein de Mary Shelley y Drácula de Bram Stoker, que eran mucho más gordos. Por entonces, me preguntaba si existiría alguna novela del Hombre Lobo que fuera lo que hoy denominaríamos fundacional, seminal, la primera o la más importante. Alguno de mis hermanos me regaló El ciclo del hombre lobo de Stephen King, cuyas páginas (con ilustraciones de Bernie Wrightson) volaron, y de corrido cayó El misterio de Salem's Lot, que fue un regalo de reyes. (Y, claro, por entonces también leí El libro de las extrañas criaturas de John A. Keel).

 

Perdí mi ejemplar de esta joyita, que pasó por muchas, muchas manos antes de desaparecer.

De Jekyll y Hyde se me quedaron grabados a fuego los nombres de Utterson y Lanyon, y la sensación de que me habían contado mucho en muy poco espacio. Estoy seguro de que esa fue una de las cosas que me animaron a escribir, pues como cualquier niño, yo era impaciente y me interesaba hacer lo que tuviera que hacer lo más rápido posible. De esta lectura, y de otras varias (entre ellas, El sabueso de los Baskerville de Conan Doyle, en edición de Molino y traducción, claro, de Amando Lázaro Ros), surgió un relato "largo", manuscrito, que llevó por título "Mr. James contra el Castillo del Miedo". En la primera versión del texto (y única, pues lo que tiene son tachones y rectificaciones con lápiz), "Mr. James" era "Mr. Jeims", y el castillo no era del Miedo, sino del Terror: realicé la primera corrección por consejo de mi hermano Daniel, con quien empecé a aprender inglés no mucho tiempo después; la segunda, la del castillo, fue fruto de que llegó a mis manos Misterio en el Castillo del Terror, la primera novela de la serie Alfred Hitchcock y Los Tres Investigadores, obra del gran Robert Arthur. Me pareció intolerable que mi cuento se titulara casi igual que algo que ya existía. Así que, fue Castillo del Miedo. Y ya está.

 

El nº1 de la colección Alfred Hitchcock y los Tres Investigadores, escrito por Robert Arthur. La ilustración de cubierta es de Ángel Badía Camps.

Conservo el manuscrito, pero no lo tengo a la vista. Mr. James era un sosias de Sherlock Holmes sin paliativos, y creo que tenía algún ayudante (que no cronista). En el dichoso Castillo del Miedo había un hombre lobo, un monstruo creado por una tal "profesor Abraham" (mi doctor Frankenstein que, en mi mente, era igualito al Padre Abraham, el de los Pitufos), y un vampiro muy curioso, con un ojo de oro. Juraría que el chupasangres, auténtico villano de acción y puñetazos, se llamaba Mortimer, como el doctor James Mortimer que acompañó a sir Charles Baskerville a Baker Street. También había un lago y una quimera acuática o pantanosa, remotamente humanoide (porque era en parte pulpo, en parte lobo, en parte...), que dibujé y coloreé con todas las ceras Plastidecor que tenía a mi alcance, de manera que el monstruo parecía más bien una drag queen en un momento eufórico. Y estoy bastante seguro de que, si no saqué una versión de Jekyll y Hyde, fue porque no quería imitar la novela que acababa de leer.

Menudo pastichero chapuzas que estaba hecho...

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La adaptación al cómic de Néstor Redondo, según Ediprint (1982).

Pero estaba hablando de la novela original de Stevenson. Según mi memoria, entre la infancia y la adolescencia vi aproximadamente un millón de adaptaciones cinematográficas, y otras tantas versiones en tebeos. De las primeras, recuerdo una con Anthony Perkins, nada menos, que quizá fuera una producción televisiva (o no), como el Drácula encarnado por Jack Palance (que también hizo de Jekyll, me parece). Recuerdo haber grabado una versión en blanco y negro que no era la de Spencer Tracy. Recuerdo una tarde de verano en que la tele anunciaba para esa noche la ya mencionada El doctor Jekyll y su hermana Hyde; me quiere sonar que allí salían tetas y logré entrever alguna. Bien por mí. En el terreno tebeístico, propablemente me topé con alguna adaptación en cabeceras como Dossier Negro, Vampus, Rufus, y recuerdo y conservo el Vértice de Thor (volumen 2, número 4, creo), que contenía una versión realizada por Ron Goulart y dibujada por Win Mortimer. Me impresionó la versión de Néstor Redondo en la pequeña colección Libros Gráficos nº8, de Ediprint, publicada en 1982 y rápidamente saldada. Yo la conseguí en la Feria de Albacete, en el puesto de tebeos que ponía Ángel Vico "El Joven", padre del actual "Joven", que sigue en activo, pero ya no hace ferias de ningún tipo. (Curiosamente, el Jekyll de Redondo aparecería nuevamente en Estados Unidos, otra vez bajo el sello de Marvel).

La versión de Néstor Redondo, publicada por Marvel con portada de Gil Kane.

La otra versión de Marvel, la que apareció en blanco y negro en Ediciones Vértice, en su versión original, con portada, creo, de John Romita Sr.

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Doctora Jekyll es un pastiche de la obra de Stevenson. El personaje dual de Jekyll/Hyde, inspirador directo de La Masa (The Incredible Hulk, que es uno de mis fetiches favoritos) y de otros muchos monstruos de ficción, no ha dado tantos pastiches explícitos como Drácula o Sherlock Holmes, que se llevan la palma en el territorio de las "nuevas historias", "expansiones del original", y otras formas de mitología creativa. Existe un relato más o menos largo, bastante cercano en el tiempo a la novela de 1886, que lleva por título The Untold Sequel of the Strange Case of Dr. Jekyll & Mr. Hyde, firmado por un tal Frank H. Little y publicado en 1890, que el señor Miguel Ángel Wolfville tradujo al castellano para la revista Ulthar nº18, hace menos de un año. Y obviamente, todo el mundo recordará la película Mary Reilly, servidora del Dr. Jekyll (1996, con John Malkovich y Julia Roberts) que estaba basada en la novela homónima de Valerie Martin (1990); así como la miniserie televisiva británica Jekyll (2007), que contaba los avatares de un descendiente del doctor. Más reciente es la novela Hyde (2021), del escritor escocés de thrillers fantásticos y de serie negra Craig Russell, que no hemos tenido oportunidad de leer aún, pero que tiene muy buena pinta.

The Incredible Hulk nº1, por Stan Lee y Jack Kirby (mayo de 1962).


Una edición en castellano de la novela Mary Reilly, de Valerie Martin.

 

Hyde, de Craig Russell. Le hincaremos el diente...

 

Pero en realidad, Jekyll y Hyde han acabado por convertirse en comparsas o invitados especiales en crossovers, algunos de ellos tan multitudinarios como el cómic The League of Extraordinary Gentlemen de Alan Moore y Kevin O'Neil o la novela (inédita en castellano) A Night in the Lonesome October de Roger Zelazny. Y también aparece como principal adversario en algunos pastiches sherlockianos, claro; pero esto último carece de mérito, habida cuenta que Sherlock Holmes se ha enfrentado cara a cara con cualquier personaje de ficción imaginable salvo, de momento, el Pequeño Pony y, quizá, los Osos Amorosos. (Si alguien no cree esta afirmación, le recomiendo que eche un vistazo a Sherlock Holmes en España, por citar un volumen al azar). Incluso Waldemar Daninsky, el hombre lobo encarnado por Jacinto Molina, nuestro querido Paul Naschy, se las vio con Jekyll y Hyde en 1971.


La novela de Zelazny y la grandiosa portada de James Warhola. Por ahí está Jekyll...

Mr. Edward Hyde en The League of Extraordinary Gentlemen.

Un pastiche de Holmes y Jekyll, por Loren D. Estleman.

Waldemar Daninsky contra el Dr. Jekyll, bajo la dirección de León Klimovski (1971).
 

Curtis Garland realizó un muy gratificante trabajo con su Doctora Jekyll (en estos momentos no recuerdo otro pastiche abiertamente jekylliano que apareciese en formato bolsilibro), muy superior a la película de Roy Ward Baker, que supongo le sugirió la idea de feminizar a Hyde, pero el proceso físico del cambio de sexo. (En ese sentido, el concepto de la película resulta brillante, pues aúna el concepto de transexualidad con el de un desdoblamiento de personalidad, que es un tipo de trastorno psiquíatrico sobre el que aún nos queda mucho por conocer).

De manera que esta novelita tenemos a la joven Ivy Fletcher, en el Londres de los últimos años de la Era Victoriana, quien descubre que posee una herencia increíble: ¡es la hija del infame doctor Jekyll, cuyo nombre conoce todo el mundo por culpa de la novela de Stevenson! Y de forma simultánea, Ivy se ve envuelta en un trama de horribles asesinatos, que tienen la inconfundible huella del difunto Mr. Hyde... o ¿no será en este caso Mrs. Hyde?

Curtis se las ingenia para atraparnos desde la primera página con su sucia descripción de la Inglaterra decimonónica y las partes más oscuras de Londres y sus personajes más perversamente realistas, como sucede en sus novelas sobre el Destripador de Whitechapel, y nos lleva adonde le da la gana, nos siembra tantas dudas como certezas, y nos conduce a una de esas magníficas conclusiones, con redoble de tambores, una gran sorpresa y una explicación que, como en toda buena historia policíaca, es la última pieza del puzle.

Imprescindible.

Hammer Horror contiene Doctora Jekyll y otras seis novelas de Curtis Garland. Cuesta 28 euros.

 

martes, 7 de noviembre de 2023

Micro Reseña 119: La noche de la Momia (Selección Terror nº29), de Curtis Garland


Como ya hicimos con Drácula 75, recuperamos aquí otra micro reseña de octubre de 2019, perdida (desaparecida casi por completo) en el tráfago de proyectos, bitácoras y batallas contra la Red de Redes, así que no repetiremos la cantinela de cómos, dóndes y porqués. Como sucedía con aquella novelita, La noche de la Momia también apareció en nuestro volumen Hammer Horror de Curtis Garland. Y también, como de costumbre, aprovechamos esta recuperación para añadir unas reflexiones actuales. Pasen, están ustedes en su casa.

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"Los gritos se perdieron en el Nilo inmenso, sin ser siquiera escuchados.
Poco más tarde, el hermoso y esbelto navío velero, era solamente un buque fantasma, ocupado por muertos. Muertos que no se movían, ensangrentados en sus camarotes o en cubierta.
Solamente una figura alta, fantástica, envuelta en deshilachados vendajes, sin otros ojos bajo las rendijas de sus vendas que la oscura sombra de un rostro embreado y sin pupilas, se movía por cubierta como un ser de más allá de este mundo".

 
De esta magnífica novela, Alberto Sánchez Chaves, arqueólogo del papel popular, dijo en su artículo "El eterno despertar de la momia" (de obligatoria lectura) que se trataba de "una gran historia de Curtis Garland, el mejor homenaje posible que podía dar la literatura popular a la Momia". Y no podemos menos que estar de acuerdo con Sánchez Chaves, pues con La noche de la Momia (publicada en Selección Terror nº29, septiembre de 1973), Curtis Garland hizo lo más parecido a crear una "obra canónica", a partir de un personaje que, como el Yeti o el Hombre Lobo, carecen de un original literario, aunque sí tiene muchos antecedentes (u "obras candidatas al Canon) en autores del siglo XIX como Edgar Allan Poe o Théophile Gautier. Parece que la búsqueda del "Canon de la Momia", o al menos del arquetipo terrorífico, podremos encontrarlo sobre todo en las diversas producciones cinematográficas de la Universal entre las décadas de 1930 y 1940, y más tarde, en las célebres películas de la Hammer, realizadas en los años de 1960 (una vez más, con Christopher Lee de por medio). Tanto unas fuentes como otras son válidas, pero nosotros nos vamos a quedar con la aportación victoriana de Juan Gallardo Muñoz, que por derecho propio merece figurar entre los clásicos del género.
 
Primera entrega del folletín Historia de una momia, de Theóphile Gautier. Extraído de la Gaceta Universal (Madrid), 8 de agosto de 1879.
 
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5 de noviembre de 2023

Mis avatares con La noche de la Momia no son demasiado interesantes, salvo por el hecho de que mis primeros intentos de lectura de la novelita, allá por 2013, fueron fallidos y desafortunados y, tan sólo algunos años más tarde, hacia 2018, la devoré de un tirón y la celebré en la intimidad, tal y como merecía: iba a convertirse en una de las novelas reeditadas en Hammer Horror, junto con otras obras de Curtis Garland consagradas al Hombre Lobo, el Yeti, el doctor Jekyll (y Mr. Hyde), Frankenstein y Drácula.

Es muy posible que aquellas originales lecturas frustradas se debieran a la introducción del texto, ambientada en el Egipto faraónico, donde Juan Gallardo Muñoz describía una ceremonia de enterramiento en vida y castigo, y la subsecuente maldición. No soy aficionado a la novela histórica; mis conocimientos sobre el antiguo Egipto no alcanzan para jugar al Trivial Pursuit, y eso se debe a que mi interés por la Historia en general, y la Antigüedad en particular, ha sido siempre puntual y enfocado a hechos, momentos, fechas y situaciones muy concretas. Dispongo de un mapa mental que me permite buscar tal o cual dato, tal o cual fecha, tal o cual acontecimiento; pero cuando tengo que enfrentarme a referencias sobre las Guerras Púnicas, los emperadores romanos, las cabezas de los toros asirios o, como es este caso, los faraones y sus pirámides y sus momias, mi cerebro se va de paseo al País de las Maravillas de Erich Von Däniken y, en el mejor de los casos, me dice: "Ya buscarás la referencia en otro momento, posiblemente dentro de un par de años". Me pierdo cuando mi buen amigo y colega, el escritor José Miguel Pallarés, me relata detalles insólitos sobre la vida cotidiana y espiritual de los romanos y sus dioses lares en el año catapún, la vestimenta y armas de los soldados de a pie o el sistema de desagüe de los retretes de Pompeya, pero retengo la idea general del relato sobre Licaón, santo patrón de los licántropos.

Todas estas fallas mías abarcan la totalidad de la Edad Media (si me hablan de las Cruzadas, de templarios y de cátaros, simplemente me encojo de hombros) y creo que sólo me entero un poco de la película a partir de Alfonso X el Sabio. Y eso, porque ha pasado a la historia como autor (más bien, compilador) de obras literarias.

En fin: que envidio a los muchos amigos que tengo que saben Historia a lo bestia (saben tanto que imparten clases, visitan yacimientos arqueológicos, asisten a conferencias especializadas, viajan mucho y ven mucho), pero también es cierto que no los envidio tanto como para ponerme a estudiar. Ya tengo bastante con los siglos XVIII al XX, que me resultan más comprensibles y atractivos, por no mencionar el work in progress que nos ha tocado en suerte y que recibe el nombre de siglo XXI: menudo montón de películas de Oliver Stone (bueno, de los biznietos y tataranietos de Oliver Stone) que van a salir de aquí, y vaya cara de pasmo se le va a quedar a nuestros descendientes cuando descubran la clase de cretinos engreídos que somos. Eso, suponiendo que dentro de cien años queden seres humanos que sepan leer o entiendan el lenguaje cinematográfico.

Fin, y disculpas por el excurso. Volvamos con Curtis Garland.

Mi impresión definitiva sobre La noche de la Momia es que se acerca mucho a la categoría de obra maestra, la roza; y esto es por los motivos que expuse en 2019: porque esta narración se puede considerar tan canónica como La novela de una momia de Gautier o la película The Mummy (1932), dirigida por Karl Freund, con Boris Karloff en el papel de Imhotep.

Imagen extraída de El Heraldo de Madrid, 1 de marzo de 1933.

Quiero centrar mi atención un momento en el filme de la Universal, porque en mi opinión, fue el punto de partida de Curtis, del mismo modo en que es el punto de partidas de muchas películas posteriores, incluidas las de la Hammer Films.

Creo que fue mi amigo Arturo Botella el que me comentó, en una ocasión, que el Drácula de Francis Ford Coppola estaba basado, en realidad, en La Momia de Karloff. Y esa opinión tiene su punto, pues Coppola convirtió la novela de terror de Stoker en "historia de amor reencarnado", y de eso trata precisamente el filme de la Universal. No está de más recordar que Bram Stoker también publicó, en 1903, la novela The Jewel of the Seven Stars (La joya de las siete estrellas), donde también se trata el tema de la momia resucitada, y que quizá sirvió de inspiración a Nina Wilcox Putnam y Richard Schayer para su primer tratamiento de guión de The Mummy de Freund. He aquí una reseña de la película, extraída de El Heraldo de Madrid del día 1 de marzo de 1933:


 

Si no recuerdo mal, la novela de Curtis también contaba con una sacerdotisa, Hatharit (que no sirve a Isis, sino a Apophis), y el sacerdote Imhotep tiene su contrapartida en el faraón Ekhotep IV. Como es lógico, pues esto ya aparecía en Gautier, también hay una excavación arqueológica británica en Egipto, en 1890, y los detalles que en la película se relacionan con el Papiro de Thoth, aquí los saca el autor, como nos informa en sus notas al pie, de El libro de los muertos.

 


Pero La noche de la momia no es una historia de amor, sino de maldición y de venganza desaforada. Así, en el terreno terrorífico, le da cien vueltas al cinta de 1932, y la supera ampliamente con situaciones extraordinarias, como la invasión de momias que asola Londres en 1892. Además, el variopinto grupo de personajes relacionados con la arqueología, el saqueo, el British Museum, resulta mucho más rico que el de cualquier película sobre momias: damas victorianas de armas tomar, coleccionistas millonarios, aventureros de porte viril, los ayudantes egipcios que profetizan la desgracia... A pesar de mis reticencias iniciales, me encontré con un relato trepidante, oscuro, de trama redonda, y escrito por Curtis Garland en un registro que, como demostraría durante aquella década, era un maestro: el de la historia de terror de ambientación victoriana, en la que siempre acechaba la sombra de Jack el Destripador (así sucede en esta misma novela de momias), las calles se hallaban "charoladas por la lluvia", y la niebla se cernía sobre el Támesis de forma amenazadora.

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Las ficciones de horror fantástico sobre momias, que a fin de cuentas no son más que muertos vivientes envueltos en vendas, emparentados tanto con el vampiro como con el zombi, se diferencian de las que tratan a los otros monstruos citados en que, como condición casi sine qua non, debe existir la maldición. Lo cual nos aporta un enfoque mágico de este arquetipo, relacionado directamente con una civilización muerta y enterrada, junto con una religión olvidada que, como sucede con el paganismo europeo, pervive de algún modo en "la actualidad". No puedo menos que mencionar aquí algunas historias de momias que hemos rescatado, en su mayor parte por mediación del gran Óscar Mariscal, en la revista Ulthar: "Las momias de Burdeos" de Edith Nesbit (nº15), "Una momia azteca" de Charles B. Cory (nº16), "La momia funesta" (nº18), "La cabeza voladora" de A. Hyatt Verrill y "La Momia viene a por USTED" del que esto firma (nº19)... y más que están por venir. Y eso por no citar el volumen Flaxman Low, detective psíquico, que también está relacionado con la diosa Isis y contiene una excelente historia de momias...

 

Debo añadir que La noche de la Momia no fue la primera novela de Juan Gallardo relacionada con el tema, pues en 1960 escribió y publicó El signo de la Momia en el número 43 de la colección SIP de Toray: una historia en que trasladaba nuestro tópico al futuro alternativo donde operaba la Spacial International Police. Sobre esta novela y su relación con otras del Ciclo de Egipto de Juan Gallardo Muñoz, recomiendo la lectura de mi ensayo "Johnny Garland: el futuro que no fue", en dos partes, en Ulthar nº13 y 14.

Pero esto último es ya adentrarse en aguas demasiado profundas y, por ahora, será mejor que dejemos reposar los restos Ekhotep IV en su correspondiente sarcófago, debidamente cerrado y sellado, para evitar que la maldición caiga sobre todos nosotros...

Ulthar nº13. Portada de Sergio Bleda

Ulthar nº14. Portada de Sergio Bleda

 

sábado, 4 de noviembre de 2023

Micro Reseña 118: Drácula 75 (Selección Terror nº90), de Curtis Garland



Recupero aquí la reseña de esta novela de Curtis Garland, que escribí y publiqué el 30 de octubre de 2019, con motivo de la suscripción para publicar el volumen Hammer Horror, nº2 de la colección Horror Victoriano Extra. Como este texto ya no está disponible en línea (por avatares de la Red de Redes), aprovecharé este espacio y mi Cuaderno de Bitácora para recuperarlo, junto con otras reseñas perdidas. Y como imaginarán, Hammer Horror sigue disponible y a la venta. Visiten el enlace.
 
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"Así, amigos míos, no sólo es cierta la fantasía literaria de Stoker, sino que él se ha limitado a recoger leyendas y mitos de los eslavos amedrentados por la superstición que en estas tierras provocó la existencia real de uno de esos siniestros muertos-sin-descanso... La realidad, me temo, es mucho peor aún. Y puede llegar a amenazar, alguna vez, a todo el género humano".

Curtis Garland


Drácula 75 vio la luz en el número 90 de Selección Terror (noviembre de 1974), y es un muy buen ejemplo de por qué hemos decidido bautizar este volumen con el cinematográfico título de Hammer Horror: no hay duda de que Curtis Garland había tenido ocasión de ver en la gran pantalla Dracula AD 1972 (en España, Drácula 73, por la fecha de estreno), una producción de la Hammer Films dirigida por Alan Gibson, y protagonizada por Christopher Lee y Peter Cushing, en la que el Conde Drácula resucitaba en tiempos de hippies, discotecas, drogas y psicodelia estética... pero más allá del título, las comparaciones entre la película y la novela de Juan Gallardo Muñoz terminan ahí.
 

 
Una teoría muy extendida asegura que el vampiro Drácula, creado por Bram Stoker en la novela homónima de 1897, estaba basado en una caudillo valaco medieval llamado Vlad Dracula, conocido como "Vlad el Empalador"... y Curtis aprovechó esta información para reelaborar la leyenda, revisar la obra de Stoker y, por supuesto, traerla hasta el Londres de la década de 1970
 
"entre el denso tráfico de los automóviles, la contaminación, las discotecas ruidosas, los chillones trajes a la moda de Carnaby Street, y los hippies o los progresistas, deambulando por toda la ciudad, entre escaparates repletos de equipos de hi-fi o estéreo, discos de brillantes portadas, magnetófonos y cintas, televisores en color, videocassettes y todo cuanto forma parte de nuestro mundo actual y sus extraños y frívolos caprichos consumistas"...

Por supuesto, Curtis Garland ya había tocado el tema del vampirismo en dos novelas anteriores de ST (Mujeres vampiro, 1973 y Los dientes del murciélago, 1974), e incluso había demostrado que conocía de primera mano la novela de Stoker en sendas novelas de ciencia ficción de la colección La Conquista del Espacio de Bruguera (Vampiro 2000, 1971, y Vampyr, 1973) y también en un weird western (Drácula West, 1972). Pero en Drácula 75 fue donde se aproximó por primera vez (luego vendrían otras ocasiones, algunas de ellas especialmente gloriosas) a la figura del monstruo clásico de Stoker, tal y como lo conocemos hoy.

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Portada de Hammer Horror de Curtis Garland, realizada por Sergio Bleda.
 

1 de noviembre de 2023

Pasaron varios años desde que conocí la existencia de Drácula 75 hasta que, por fin, pude leerla. Según mis notas personales, eso debió suceder en algún momento entre 2016 y 2017, y no lo hice con el ejemplar original de Bruguera, sino en una impresión en papel, en A-4, realizada a partir de un archivo más o menos pirata de la obra. (Aún falta ese ejemplar en mi colección particular). Tengo recuerdos contradictorios respecto a mis impresiones tras la primera lectura de esta historia, y creo que la revisité varias veces hasta que, en 2018, hice una última lectura para corregir el texto y encajarla en el proyecto de Hammer Horror, uno de los volúmenes de Curtis Garland que me ha producido mayores satisfacciones.

Tengo el recuerdo del relato del viaje de un inglés por Transilvania, referencias al gobierno comunista de Rumanía, el descubrimiento de algunas viejas tumbas de los Drácula. Y una mujer. Y luego, un tour de force de regreso a Londres, diversos diarios, cartas, noticias de la prensa, crímenes, sangre... todos los recursos de la novela de Stoker utilizados para relatar que el creador del Conde Drácula se equivocaba... pero tenía toda la razón. Como es habitual en Curtis Garland, la historia, además, es un whodonnit.

Juan Gallardo era capaz de brillar como pocos en tan sólo veinte, veinticinco mil palabras. No me extraña que, después de mi experiencia con Hammer Horror, me pusiera por fin manos a la obra con Vampiros de Curtis Garland. Pero esa es otra historia, otro caso resuelto.

Portada de Vampiros de Curtis Garland, por Sergio Bleda.